La España constitucional, abandonada por supuestos
defensores, está a punto de verse arrollada por un proyecto frentepopulista
Una hora de rueda de prensa celebró ayer Pablo Iglesias en el Congreso a la
vuelta de su entrevista con el Rey Felipe VI en La Zarzuela. Una hora de
incontables preguntas reiterativas de una inmensa legión de periodistas que
atiborraban la sala sobre las diversas posibilidades de «un gobierno de
progreso». El líder carismático tuvo por ello ocasión de ponerse también
reiterativo en subrayar la inmensa generosidad y paciencia que él y su partido
tienen con Pedro Sánchez para que espabile de una vez y se pongan a gobernar
juntos. Dejó constancia de que espera el reconocimiento socialista de esa
generosidad paciente, aunque también repitió varias veces que sus ingentes
sacrificios los motiva exclusivamente «el bien de España».
Llamativo fue el poco interés de los periodistas por las nuevas y tremendas
revelaciones sobre la financiación de Podemos y sus líderes por regímenes
criminales como los de Irán y Venezuela. A nadie se le oculta ya que los
dirigentes de Podemos han recibido cuantiosas partidas de dinero de regímenes
hostiles a nuestra alianza de defensa, la OTAN. Para fomentar unos intereses
contrarios a la integridad y seguridad nuestras y de nuestros aliados. Más allá
de las ilegalidades. Pero los periodistas, la mayoría desbordantes de simpatía
hacia Iglesias –«dinos, Pablo»–, no tenían interés en cacofonías sobre sucios
dineros de narco, de petróleo y de sangre. Menos cuando el líder escenificaba su
papel más coqueto y amable, el del político moderado y preocupado, con su
máscara de humildad y hablando de «España». Ni la avezada periodista señalada en
su día por su abrigo de pieles supo ir más allá de la merengada cortesía en que
compite la prensa ante este personaje.
Iglesias es un político que ha dejado grabado muchas veces y con total seriedad
que quiere acabar con los medios periodísticos privados porque en manos del
Estado están libres de manipulación. Es un político que ha estado a sueldo de un
régimen brutal que mantiene encarcelada y torturada a parte de la oposición con
cargos falsificados. Y aun hoy él se niega a condenarlo. Iglesias simpatiza
públicamente con regímenes que han asesinado y torturado mil veces más que
Pinochet. Y sin embargo, con pocas excepciones, la tribu periodística española
oscila entre la muy comprensiva empatía y el fervor cuando se acerca al líder
comunista.
Hubo un osado que se atrevió ayer a preguntar por los pagos de Irán y la agencia
360 GloboMedia. Esa que tanta pinta tiene de ser pieza en el entramado de los
servicios iraníes Vevak, que igual pueden hacer taparse el escote a una
tertuliana en Madrid que matan a un iraní en París y torturan a miles en las
cárceles de los ayatolás. Iglesias respondió que está muy satisfecho de su
programa de televisión, muy plural, al que van políticos y analistas de todos
los partidos. Punto. Manzanas traigo. No hubo repregunta. Nadie más quiso saber
nada al respecto. La inmensa mayoría, porque quiere proteger a Iglesias. Gente
salida de la universidad, convencida de que los buenos tienen que ganar ahora la
guerra en la revancha. Otros, por temor a ser señalados con alguna referencia a
su abrigo o a su medio. Porque Iglesias y sus amigos no te dicen allí: «Sabemos
dónde vives». Pero te hacen saber que lo saben. Y dejan que sean sus jaurías en
las redes sociales las que te señalen.
La batalla por la libertad se pierde día a día, casi sin percibirse. Hasta que
se echa en falta. La España constitucional, abandonada por tantos supuestos
defensores –cobardes, corruptos, necios e indiferentes–, está a punto de verse
definitivamente arrollada por un proyecto frentepopulista que tiene fuerza y
objetivos y es ya el amo del miedo.
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