«Fueron a la
muerte cantando, algo incomprensible para aquellos que
tienen la desfachatez, la indignidad y la desvergüenza
de atacar ahora la memoria de esos españoles, la mayoría
de los cuales reposan bajo las tierras de Rusia y de
España.»
Yo tenía catorce
años cuando me acerqué al Cuartel de capuchinos de
Málaga con la decidida intención de alistarme en las
filas de la División Azul. El Brigada Espinosa, que
tomaba nota, nos rechazó a mí y a un amigo con cajas
destempladas por imberbes e insensatos. De eso hace ya
muchísimos años. Desde entonces no he dejado de
proclamar en todas las ocasiones donde me fue posible mi
delirante devoción por aquel grupo de españoles sin
tacha, que ofrecieron generosamente su vida por España
combatiendo el comunismo. Todos eran jóvenes, apenas si
habían cumplido los 20 años pero tenían el corazón
henchido de patriotismo y la voluntad acorde con el
coraje de los mejores soldados.
Tuve la ocasión
de tener relación y amistad con muchos de los que
partieron a Rusia, entre ellos el laureado Capitán
Palacios, el Comandante Oroquieta, el inolvidable
teniente Miguel Altura y así podría seguir y me faltaría
la tinta para grabar sus nombres. No hubo en aquél grupo
de espléndidos muchachos el menor afán de beneficio
propio. Nada que no fuese ilustre movía las almas de
aquellos españoles. Un afán limpio, no de aventura, sino
de nobleza movía los resortes íntimos de sus jóvenes
corazones. Yo los vi partir emocionado cuando se
dirigían al frente. Todos con una sonrisa, todos con una
canción, todos bajo una bandera.
Fueron a la
muerte cantando, algo incomprensible para aquellos que
tienen la desfachatez, la indignidad y la desvergüenza
de atacar ahora la memoria de esos españoles, la mayoría
de los cuales reposan bajo las tierras de Rusia y de
España.
Aquellos 45.000
españoles escribieron algunas de las gestas más
gloriosas de toda la historia del ejército español y
causaron la admiración y el respeto de todas las
naciones. Podría relatar hechos verdaderamente
increíbles realizados por las gentes de la División
Azul. No cabrían en un libro, ni en un anecdotario
interesado. Desbordan todo límite, toda relación de
prudencia que pudiera establecerse entre los que iban a
combatir y a morir por España.
Hoy me dicen
que alguien cuyo nombre no quiero ni siquiera nombrar
aquí, ha ofendido a todos los que marcharon a la
División Azul, incluidos los más de 5.000 muertos cuyos
cuerpos quedaron para siempre en las heladas estepas
rusas. Y una vez más, como haré mientras me quede algo
de vida, no me resigno a permanecer callado. Desde mis
casi noventa años alzo mi voz, levanto mis nervios,
tenso mis ya frágiles músculos para denunciar esta
infame provocación realizada por el jefe de esos que
dicen llamarse “Podemos”.
Nosotros sí que
podemos defender una bandera, podemos cumplir con
nuestro honor, podemos envidiar la hermosa muerte de
tantos jóvenes españoles y sublevar nuestro ánimo
maltrecho contra los que cobardemente son capaces de
herir, no ya a los muertos enterrados sino a aquellos
que todavía tienen en su corazón un último latido en sus
pechos combatientes. Admiro y lo proclamo con toda la
fuerza de mi corazón a aquella fuerza militar que tanta
gloria nos supuso. Aquél puñado de jóvenes que se
adelantaron a su tiempo grabando en las picas de la
posición intermedia el valor y la dignidad de toda una
nación; que no tuvieron otro horizonte que el de honrar
y enriquecer con sus pechos y con sus manos la eterna
canción que nos consuela frente a tanta bellaquería e
indignidad como la que estamos ahora presenciando.
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