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Un antimilitarismo casposo
Por Manuel Parra Celaya
diarioya.es
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Josep Tarradellas, con el general Miaja |
Se ha
alborotado el gallinero. Bastó que D. Ricardo Álvarez-Espejo,
Inspector General de la zona, lanzara una propuesta para abrir
un Museo del Ejército en Barcelona en el antiguo edificio del
Gobierno Militar para que el Ayuntamiento de la ciudad, cuya
mayoría pertenece al “frente popular nacionalista”, se
indignara y repitiera sus tópicos antimilitaristas.
Porque mi ciudad –otrora abierta,
moderna, plural, mediterránea y europea- aspira a ser la
capital de ese “nuevo Estado catalán”, producto onírico
de una Generalidad sediciosa, y a sus ediles y alcalde les
indigna sobremanera todo aquello que tenga que ver con las
Fuerzas Armadas españolas. Como es sabido, carece de un Museo
dedicado a ellas, desde que, en 2009, por no sé qué extrañas
componendas, cesiones, cambalaches y bajada de pantalones (con
perdón), desapareció el ubicado en el castillo de Montjuit,
que disponía de un interesante y abundante material histórico,
mucho del cual hacía referencia a la estrecha relación entre
Cataluña y el Ejército español, que los separatistas y sus
aliados se niegan a aceptar.
La nota bufa de aquellas jornadas se
dio cuando atribuyeron la recuperación para la ciudad del
mencionado castillo a las “instituciones democráticas
catalanas”, cuando había sido donado por Francisco Franco
en 1963; claro que la placa que lo atestiguaba fue hecha
cascotes como por ensalmo. ¿Dónde fue a parar el material
expuesto? Me dicen que se distribuyó entre Figueres y Toledo,
pero las abundantes donaciones privadas fueron reclamadas,
como es de ley, por sus propietarios; desconozco si la
colección de soldaditos de plomo, las curiosas armas
orientales y el diorama de la defensa de Gerona formarían
parte de los traslados, del retorno a lo privado o si se
fueron por el escotillón, más o menos como la reproducción de
la nao Santa María, fondeada en la Puerta de la Paz,
que fue quemada por los separatistas en los años 80, sin que a
estas alturas se haya realizado indagación alguna para hallar
a los culpables.
A lo que íbamos, el “frente
popular nacionalista” municipal exige, además, que “se
desmilitarice la línea costera” y que la antigua sede del
Gobierno Militar sea dedicada a “museo del pacifismo”, algo
así como albergue de indigentes de la “memoria histórica”,
que, traducido al román paladino, quiere decir falsificación
de la historia, altar del rencor y foco de desespañolización
de todo ámbito catalán.
En nombre de esa “memoria” en
manos de los nacionalistas se pretende borrar de un plumazo la
larga lista de militares catalanes que figuran en la historia
real; desde los colectivos de soldaditos, como los voluntarios
de Prim o las Compañías de Voluntarios Catalanes de Cuba,
hasta las figures insignes como Cabrera, el Barón de Eroles,
Solivella, Cabanes i Escofet, Rafael Tristany, Joan Castell,
Borges, Porvedón, Joan Francesc i Serret, Manso, Llauder,
Milans del Bosch, Alaix, Vives i Feliu, Nacís Clavería, Ros de
Olano, Lassala, Despujols,etc.etc. ¡Pues sí que existía
divorcio entre sociedad catalana y Ejército español!
El supuesto pacifismo de los
separatistas y aliados es patético. Su antimilitarismo es
trasnochado, casposo y anacrónico. Antiguamente, era parejo a
su anticlericalismo; militares, curas y toreros venían a ser
las bestias negras de los antecesores de los señores Mas,
Oriol Junqueras y Trias; ahora, expulsados los toreros por
prohibición de la Fiesta, asimilados muchos curas y monjas a
la “causa”, el objetivo permanente es el Ejército
español. Claro que, entretanto, se sigue diseñando entre
bastidores un futuro “Ejército catalán”, incluida
Marina, Aviación y Servicio de Inteligencia.
Aunque esto último no acabo de
entenderlo del todo, la verdad.
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